Un mar de nubes

TENKŪ NO SHIRO RAPYUTA ⎢ Hayao Miyazaki, 1986

Aunque por lo general se aprecia a Hayao Miyazaki como un realizador de estilo minimalista, su filmografía también comprende historias de gran épica. El castillo en el cielo (Tenkū no Shiro Rapyuta, Japón, 1986) se inspira en las aventuras que se leen en las antiguas novelas juveniles y en las fábulas sobre mundos imaginarios. La referencia más notoria son Los viajes de Gulliver, del escritor irlandés Jonathan Swift, y la concepción de un reino flotante que surca los cielos y es habitado por una oligarquía que espera gobernar la tierra. Pero también se observan influencias de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, y los peligros que acechan en el camino a la adultez. Miyazaki no sólo retoma sus elementos narrativos, sino que se apropia de su sentido de aventura y exotismo, del asombro que provoca en los jóvenes cada nuevo descubrimiento que viven.

En la película seguimos a dos niños huérfanos, Pazu y Sheeta, en la búsqueda por encontrar la isla de Laputa, un antiguo reino cuyo rastro ha desaparecido y del que sólo quedan rumores de su existencia. Son perseguidos por un agente del gobierno, que oculta sus verdaderas ambiciones, y por un grupo de piratas liderado por una temeraria quincuagenaria. En medio de la historia somos testigos de enormes aeronaves, de castillos flotantes, de piedras que brillan en la oscuridad, de tesoros inimaginables, de robots valerosos y de persecuciones que transcurren en la inmensidad de los cielos. La animación está llena de detalles, como el lento movimiento de gigantescas nubes, o el entramado de vías ferroviarias en las zonas subterráneas de un pueblo minero. El realizador reitera su obsesión por el vuelo, por crear un escenario aéreo que se asemeja a los indómitos mares de las novelas en las que se basa.

El filme mantiene el interés por sus cuantiosas escenas de acción, por el afecto que surge entre sus protagonistas, pero sobre todo por la presencia de Dola, matrona de un grupo de piratas de apariencia bruta pero comportamiento aniñado. De amplias trenzas y figura redondeta, Dola funge como protectora de los dos jóvenes. Su determinación por poseer una amuleto de poderes misteriosos en contraste con su actitud maternal hacia los chicos reflejan la ambigüedad de sus motivaciones. Similar al pirata John Silver, del relato de Stevenson, su valentía es ejemplar y formadora. Sus palabras son duras pero demuestran la vida renegada de un pirata. Es un personaje adulto que se acopla al universo de Miyazaki al mostrar a una antagonista que de manera paulatina se encariña con la inocencia de los héroes y quien asume con entereza esos cambios.

También es propio de la imaginación del realizador el devenir del reino de Laputa. En la secuencia de créditos iniciales hay una breve remembranza de su pasado, de cómo la ambición por conquistar el aire resultó en una empresa infértil. En las ruinas de Laputa los únicos rastros de vida que quedan son los de un robot poseedor de una fuerza destructiva pero que destina su energía a la conservación de los árboles y animales que han anidado en el castillo. Es un personaje silente que deambula de la misma manera que los espíritus de otras de sus películas, pero uno que está conformado por metal y alambres. En su espalda brota el moho que evidencia el paso del tiempo, pero también la integración entre los avances tecnológicos y las raíces de la naturaleza. Al final queda solo, protegido por el regreso a la tierra de los protagonistas y el respeto que ofrecen hacia ese santuario. Un mensaje que deja el realizador en defensa de la libertad y la vida. HH

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