Ese amor que desespera y mata

ME ESTÁS MATANDO, SUSANA ⎢ Roberto Sneider, 2016

Aunque no me agrada hacer comparaciones entre una novela y su adaptación cinematográfica, el haber leído recientemente Ciudades desiertas, la obra de José Agustín en que se basa Me estás matando, Susana (México, 2016), obliga a reconocer de dónde parte el realizador Roberto Sneider para incorporar o modificar ciertos elementos de esta historia. La diferencia más notoria es que depura la crítica que hace el escritor hacia lo estéril de la cultura estadounidense: los paisajes desérticos a los que evoca el título apenas se recuperan en el filme como observaciones que hacen los personajes y el cuestionamiento que hace a la tramposa estrategia de los talleres “internacionales” de escritura reaparece como una mera broma de conversación. El interés reside más bien en el protagonista masculino, en mostrar cómo su machismo está vinculado con la identidad mexicana, con nuestras formas propias de amar y de relacionarnos en pareja. Es una aproximación que resuena con Dos crímenes (México, 1994) y Arráncame la vida (México, 2008), sus anteriores películas, también adaptaciones de la literatura mexicana, y que ponen en el centro del filme a la figura del macho autoritario.

De ahí que mientras la novela inicia con la huída que hace Susana hacia Estados Unidos, con las preocupaciones internas de abandonar su hogar y a su pareja, el filme más bien parte del punto de vista de Eligio, de su aparente comodidad tanto laboral como sentimental. Desesperado por encontrar a Susana, revisita los lugares a los que ella pertenece, el salón de clases en la universidad en la que trabaja o las oficinas de la revista en donde publica sus escritos, y repite frustradamente de que entre ellos no hay ningún problema en su relación. Su explosividad en México se torna carismática cuando llega al pueblo americano en donde radica Susana. Se dedica a confrontar lo ascéptico del ambiente con sentido del humor y con un lenguaje altanero y urbanita. Se exhibe como valiente aunque nadie parece percibir que sus actos atentan el sentido común. Sus rasgos mestizos lo convierten en un embajador de lo mexicano, una figura exótica similar a ese guardián de telenovela que desempeña en su trabajo, y parece asumir tal papel con alegre algarabía.

Eligio emerge como un personaje conflictivo pero que adquiere complejidad gracias a la interpretación que hace el actor Gael García Bernal y a la dirección de Sneider. El primero dota al personaje de un comportamiento soberbio al mismo tiempo que vulnerable y patético. Sus ataques de celos se mueven entre lo agresivo y lo ridículo, y derivan en situaciones tanto simpáticas (su reacción ante la respuesta de Susana respecto al tamaño del miembro de su amante polaco) como desesperantes (la violenta persecución por Susana en plena tormenta inviernal). El contraste entre sus palabras y lo desorbitante de su mirada nos revelan la inseguridad detrás de su machismo. A su vez, Sneider logra un alcance cómico a partir de una aprehensiva puesta en escena, de una extraña verosimilitud de los diálogos, pero sobre todo, de un cinismo que traspasa lo que se considera correcto en cuestiones de género. La repetición plano por plano de la llegada casi ritualística de Eligio borracho a cama de Susana, al inicio del filme y más adelante en el cuarto universitario, reflejan esa interminable tensión, ese constante ir y venir que padecen como pareja.

Sin embargo, creo que la gran debilidad de la película está en que, al imperar la visión masculina, deja de lado los conflictos de Susana y su figura queda reducida como un mero objeto del deseo. Mientras en la novela Susana responde de forma altiva ante el machismo de su cónyuge, en la película su carácter y su lucha se desmoronan con estrepitosa facilidad. La supuesta independencia y fuerza de Susana carecen de ese espíritu revolucionario por los que aboga la novela. Es un desequilibrio que se magnifica en el desenlace, cuando después de toda la travesía Susana decide regresar con Eligio, sin razón aparente. Como desconocemos su sentir, su decisión me resulta misteriosa, un capricho, un desvarío que la perspectiva machista entiende justamente como el comportamiento femenino. La sumisión del personaje de Susana es tan drástica, que entiendo la objeción de que la película misma sea machista.

Aun así Sneider se las arregla para no lapidar por completo al personaje de Eligio, por ejemplo, al mostrar su escepticismo ante los comentarios misóginos del editor de la revista (interpretado por Daniel Giménez Cacho, en un eco a su papel en Arráncame la vida), o al exhibir su necesidad de detenerse, de evaluar su propios proyectos, no sólo los profesionales sino los amorosos. Tal vez lo más difícil de la película es creer que detrás de los ataques y las traiciones que cometen los personajes se esconde un verdadero amor, que las pasiones a las que sucumben los hacen meritorios de tal martirio. Si nuestra cultura afirma que el amor se debe sufrir, con unas nalgadas, con un engaño marital, o con la frialdad de un te quiero, Sneider realza un romance que es tanto incómodo como palpitante. La intensidad de las canciones que acompañan la película, que exigen a gritos por el ser querido, lo demuestran. HH

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